Hay directores que uno admira y hay otros que se convierten en obsesión. Alfred Hitchcock es de estos últimos. Nació en Londres el 13 de agosto de 1899 y, más de un siglo después, sus películas siguen provocando escalofríos y susurros de admiración. Llamarlo “maestro del suspenso” parece quedarse corto; fue un visionario que entendió el cine como pocos. Guillermo Hernández, experto en la materia, asegura que desarrolló “un lenguaje cinematográfico propio” y que su manejo del montaje era de “control absoluto”. Esa mezcla de control y creatividad es la que seduce.
Infancia y formación: el origen del miedo
Cuando uno se sumerge en la infancia de Hitchcock, entiende mejor sus obsesiones: su padre le jugó la broma macabra de encerrarlo unos minutos en una comisaría, creando en él una aversión a los espacios cerrados y una preocupación por las injusticias. ¿Cómo no iba ese niño a filmar luego historias de acusados inocentes o de personajes atrapados en situaciones claustrofóbicas? Su juventud en el East End londinense, marcada por el eco de Jack el Destripador, alimentó su sensibilidad para lo inquietante.
De joven trabajó en publicidad y diseño de títulos para películas mudas. Esa formación estética se percibe en la composición perfecta de cada plano. “El inquilino” (1927), su primer film plenamente hitchcockiano, se centra en un hombre inocente perseguido por la sospecha; ya entonces el director coqueteaba con el voyerismo y la psicología. Imaginen a un Hitchcock treintañero, fascinado con el expresionismo alemán, lanzando su mirada sobre un Londres lluvioso y brumoso, construyendo atmósferas que todavía nos hielan la sangre.
Hollywood y consolidación de un genio
En 1940 cruzó el Atlántico y aterrizó en Hollywood con “Rebecca”, una película gótica que ganó el Óscar a la mejor película y le abrió las puertas de los estudios. Pero Hitchcock nunca se dejó domesticar: cada obra suya era una caja de sorpresas. Inició así una racha gloriosa: “Sospecha”, “La sombra de una duda”, “Encadenados”… títulos que hoy son sinónimos de elegancia y misterio.
Innovaciones narrativas y técnicas
Es difícil no emocionarse ante sus inventos narrativos. ¿Quién no ha escuchado hablar del MacGuffin? Ese objeto o motivo que parece central pero que en realidad sólo sirve para arrancar la acción. Hitchcock lo popularizó en “Los 39 escalones” y “Con la muerte en los talones”, y luego Spielberg o Lucas lo retomaron. Su genialidad técnica aparece en el célebre dolly zoom de “Vértigo”: ese movimiento en el que el sujeto permanece fijo mientras el fondo se expande nos hace sentir el vértigo del personaje.
Cada vez que veo “La soga”, me maravilla cómo logró simular una película rodada en una sola toma continua. ¡En 1948! No había digitales ni drones: era un desafío de relojería en un estudio. También se atrevió con el 3D en “Dial M for Murder” mucho antes de que James Cameron lo pusiera de moda. Hitchcock nunca tuvo miedo de experimentar; era el niño inquieto que quería abrir todos los juguetes.
Obras emblemáticas y temas universales

“La ventana indiscreta” nos invita a espiar a los vecinos y reflexionar sobre nuestra propia curiosidad. Para filmarla construyó un gigantesco set con 31 apartamentos funcionales. Cada gesto de James Stewart y Grace Kelly despierta complicidad. “Con la muerte en los talones” es una montaña rusa de persecuciones y viajes, un preludio elegante del cine de espías. Pero si hay una película que me obsesiona es “Psicosis”. Hitchcock hizo algo impensable: matar a la protagonista a mitad de la historia. Insistió en que nadie entrara tarde a la sala para preservar la sorpresa. El efecto fue devastador. La música de Bernard Herrmann aún me pone la piel de gallina, y la sonrisa de Norman Bates me persigue en sueños.
Reconocimiento y reivindicación crítica
Lo curioso es que durante años muchos críticos lo despreciaron como simple entretenedor. Fue gracias a directores de la Nouvelle Vague como François Truffaut que se reivindicó su figura. Ellos elaboraron la teoría del autor y mostraron que Hitchcock era un artista tan valioso como un novelista o un pintor. Su prestigio quedó sellado en 2012, cuando la revista Sight & Sound del BFI publicó la famosa encuesta de los 100 mejores films: “Vértigo” desbancó a “Ciudadano Kane” del primer puesto.
Un legado que perdura en la era del streaming
Hoy sus películas siguen tan frescas como siempre. Hernández afirma que sus temas son universales y su obra “de ninguna manera envejeció”l. ¿Cómo iban a envejecer las historias sobre culpa, deseo, miedo o voyeurismo? Cada plano suyo es una lección de cómo contar con la cámara; su dominio del ritmo y la tensión sigue siendo referencia. Además, su capacidad para enamorar tanto al público como a la crítica lo coloca en un Olimpo al que pocos acceden.
En la era del streaming, redescubrir a Hitchcock es un placer al alcance de todos. Sus filmes están en catálogos de plataformas y se ven tan vivos como cuando se estrenaron. Cada vez que recomiendo “Extraños en un tren” o “El hombre que sabía demasiado”, siento que estoy compartiendo un secreto delicioso. Su legado sigue creciendo porque, como él mismo sabía, el cine es ante todo una experiencia visual, un juego con la mente del espectador
